(Escena I, Acto I. Una pareja discute. El esposo le acaba de informar a su mujer haber decidido dejarla, pues está enamorado de una de sus alumnas, con quien desea iniciar una nueva relación marital).
—No te pongas así, por favor. No llores. Mírame. Querías hablar, ¿no? Anda, vamos a hablarlo.
—¿Cómo quieres que no llore? ¿Qué esperas que haga? ¿Que te aplauda? Entonces debo poner una sonrisa en la cara y decir «sí, mi amor», ¿no?
—No, no es eso. Yo… yo solo quiero que lo tomes con calma.
—¿Calma? Lo único que te estoy pidiendo es que me dejes hablar. Después de diez años juntos, pensaba que éramos lo suficientemente maduros como para no terminar así, como… pues así.
—Eso es precisamente el problema. “Lo suficiente” no es suficiente. No quiero seguir viviendo una mentira.
—¡Mentira! Así que ahora he sido una mentira. Qué conveniente para ti. Te lo suplico, no me trates así. Puedo cambiar. Si hay algo en mí que no te gusta, puedo cambiarlo. Lo que sea.
—A estas alturas ya no es cuestión de cambiar. Las cosas pasan y hay que entenderlo. Nadie dijo que el amor debía durar para siempre.
—No puedo creer que me estés haciendo esto… de esta manera.
—Esto no es fácil para ninguno de los dos. Pero sabes que no hay vuelta atrás. Todo esto, todo lo que está pasando, tú lo provocaste.
—¿Qué? No, no es cierto. ¿Cómo puedes decir eso? No, esto no es cosa mía.
—¿Ah, no? Entonces explícame. ¿Quién fue el que dijo que estaba enamorado de su alumna y que se iba a casar con ella? Porque no fui yo.
—Pues sí, pero nunca pensé que te pondrías así.
—Mira, si te hace sentir mejor, no te estoy culpando de nada. A fin de cuentas, fuiste el mejor marido que pude tener. Pero ya está todo listo.
—¿Cómo que todo listo? ¿Qué significa eso?
—Pues eso, que ya todo está listo: tus maletas están en la puerta y el taxi te espera abajo.
—No puede ser. Esto es una locura.
—La única locura aquí es que sigas escondido debajo de la cama. Vamos, sal de ahí. No voy a hacerte nada. Lo prometo.
—¿De verdad?
—Por favor. No hagas esto más ridículo de lo que ya es. A tu edad, esconderte ahí no es exactamente la idea más brillante. No quiero tener que llamar a una ambulancia porque te dio un calambre.
—¿Qué? Yo…
—Sí, sí. Sal de ahí. El taxi no va a esperar toda la noche.
(Silencio prolongado. Finalmente, se oye el sonido de alguien arrastrándose torpemente fuera de la cama. Ella lo observa con indiferencia mientras él se pone de pie, despeinado y desorientado. Ella le habla con un tono casi maternal, pero lleno de sarcasmo.)
—¿Ves? Eso no fue tan difícil, ¿o sí? Ahora recoge tus cosas y baja. La niña de tus sueños te espera. Ah, y no olvides cerrar la puerta.
(Él titubea un instante, con la mirada fija en el suelo, y se dirige a la puerta. Antes de salir, se detiene y parece querer decir algo, pero ella lo interrumpe con un gesto.)
—No, no digas nada si no quieres volver a esconderte en la cama. Hazme un favor y ahórramelo.
(Se oye el sonido de la puerta cerrar. Silencio. Ella se queda un momento inmóvil. Luego sonríe ligeramente y se sirve una copa de vino mientras se sienta en el sofá. Fin.)