Para escribir un mal cuento policiaco solo hacen falta dos cosas: poco talento y la absurda seguridad de que lo tienes.
— Apócrifo de un tallerista confundido
Llegó el correo. Léelo ya, que hay tarea para el jueves. Ahí está: escribir un cuento policiaco con narrador en segunda persona —sí, ya sé, otra vez— y en un máximo de tres cuartillas. Perfecto. Se presta para empezar in media res, en plena acción. Ya ves que el profesor jura que eso atrapa al lector. Veamos qué puedes hacer con esto. Vamos, empieza. No será tan difícil… ¿o sí?
Sí, ya sé que no es cómodo estar escondido en el clóset. Pero tú tienes la culpa: si no hubieras dejado caer la vajilla, los de la casa seguirían soñando en sus camas y tú no estarías aquí escondido como un idiota.
¡El plan era tan fácil! ¡Hasta la llave te dio el Gori! Pero no, nada más no entiendes nada. Solo tenías que esperar a que se durmieran, tomar algunas cosas buenas y ¡NO HACER RUIDO! ¿Qué parte de “no hacer ruido” es tan difícil? Pero claro, tenías que agarrar lo más grandote y brillante. Peor aún, ¡lo más escandaloso! Genio.
Bien, empiezas con acción, como se debe. Aunque este narrador —o lo que sea— es algo ambiguo, ¿no te parece? ¿Será un cómplice? ¿Su conciencia criminal? ¿Una segunda voz esquizofrénica que da órdenes como un entrenador frustrado? No lo sé, pero funciona. Al menos, por ahora. Ya le dijiste a los lectores qué hace ahí este hombre y de qué se esconde. Comienza a añadir intensidad. Haz que aparezcan unos policías que respondan al llamado de los propietarios de la casa…
—¿Qué pasó, parejita? ¿Había alguien arriba?
—Nadie. Seguro lo soñaron. La taza que se cayó estaría mal puesta. Vámonos a cenar algo, que ya tengo hambre. O ¿qué, seguimos buscando al ladrón imaginario? Ya deja de preocuparte, que se ve que estos tienen para dar y regalar. Mejor llévate ese adornito —a la comadre le va a encantar—. Yo ya escogí lo mío. Vámonos antes de que tengamos que pasar la noche llenando papeles.
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Ahí están: el policía ingenuo y el cínico. Es el binomio clásico. Toda historia policiaca que se respete necesita una pareja así. Pero no nos engañemos: temo decirte que, como crimen, no promete demasiado. Luego corriges, no te detengas.
Solo quédate quieto un poco más y no vayas a soltar nada. Ni un ruido. Ni respires. Así no vas a sobrevivir ni media página más.
Buen giro. La tensión se eleva y el lector se engancha. Al fin logras algo que casi podría llamarse clímax. Ojalá logres sacar algo bueno de aquí. Los policías todavía no se han ido.
—Pssshhh, pareja. Escuché algo por allá.
—Serán ratones. Ya te dije: agarra algo y vámonos.
Claro, lo que todo policía necesita: más adornos cursis para el comedor. Pero vas bien. Suspenso dosificado.
Espera. No, te digo que te esperes, que aún no es tiempo de corregir. ¡Ni lo pienses! Deja eso como está. Ya habrá oportunidad de arrepentirte antes de entregar. Y no me mires así.
Vamos a ver. Creo que es momento de dejar muy en claro una cosa: soy tu narrador. No tu conciencia. No el profesor ni una crisis en tus procesos mentales. Tu narrador. Si te pones necio, simplemente te borro. Es así de fácil. Créeme, no me tiembla la mano. Termina esto de una vez. Después, si quieres, corrige. Pero ahora, escribe. Vamos, el ladrón estaba atrapado…
Ya falta poco. Mejor piensa en lo que le vas a decir al Gori cuando llegues con esas porquerías. No le va a gustar nadita.
¿Qué, vas a estornudar? ¡No! No pienses en el polvo.
¿Qué haces? ¿¡Te limpias la nariz con el abrigo peludo!? ¡No, así vas a estornudar! ¡No lo hagas! ¡No!
¡Baboso!
¡Qué barbaridad! Tal como lo temía: esto no sirve para nada. Soso, aburrido, sin alma. Evidentemente, esto no tiene remedio. Un ladrón torpe, dos policías flojos y ningún crimen que valga la pena contar. Vaya, ni siquiera es policiaco. ¡Lo encontrarán por un estornudo! Primer intento: fallido. ¿Qué sigue? Anda, piensa. ¡Si solo ayudaras un poco!
Vamos de nuevo: más serio, más oscuro. Que parezca que sabes lo que haces. Una historia de detectives y, claro, algún muerto. Con gabardinas y asesinos seriales. Luces mortecinas y misterio. Demuéstrame que puedes hacer algo que me sorprenda.
Era la noche del 27 de junio, sin luna y oscura como boca de lobo. La lluvia caía como una maldición húmeda y, bajo la luz tenue de las viejas farolas del centro, el inspector Garay apenas podía ver más allá de su nariz.
El detective cruzaba el Barrio Chino rumbo al Bar Antonio. La Isela lo esperaba con información sobre el “Asesino del Talón”. Sonaba asustada. Para estas alturas, ya eran tres barraganas muertas y ella temía ser la cuarta.
Garay alzó las solapas de su eterna gabardina, aún con olor a encierro, y apuró el paso.
Pues sí, esto promete. Tiene más estilo, más atmósfera. Y un asesino del Talón. Humor local que nadie que no sea de aquí va a entender, eso sí, pero legítimo. Es una especie de homenaje a nuestros escritores urbanos. Lo de “barraganas” suena algo tosco y anticuado, pero por eso mismo tendría que ser policiaco. Le da un aire de bajos fondos, sin llegar a ser demasiado vulgar. Pues sí, está bien. Cierto, no sé si así como va quedará en apenas tres páginas. Tienes que tener cuidado con eso, pero ahí va. Me parece que quizá tendré que reevaluar mi concepto de ti. Solo dame un segundo, quiero leerlo de nuevo.
Ahí está, lo que me temía: otra vez se te olvidó que debe ser en segunda persona. ¿Te acuerdas? El taller. El encargo. El punto de partida. ¡Las instrucciones de la tarea! De verdad que no te entiendo. ¿Por qué sigues escribiendo si no puedes cumplir con la instrucción más básica?
Segundo intento: descartado.
Va de nuevo, pero ahora a lo seguro. Quizá lo tuyo sea lo clásico. Algo más dramático, por ejemplo. Tal vez si te inspiras en un detective de verdad, uno famoso, no habrá duda del género ni tendrás que hacer desfiguros…
En otros tiempos lo habrías previsto todo. Tuvo que ser alguien que conocía tus hábitos. Alguien que sabía cuánto valoras el revólver de tu amigo Watson, ese que guardas en el fondo del armario.
¡Qué ironía! Tú, que siempre te burlaste de los casos obvios, descubres que esta vez fue el más evidente de todos.
Sí, fue él. Y ahora puedes gritarlo: “¡Fue el mayordomo!”. Tres palabras que se repiten en tu cabeza como un mantra, una y otra vez. Si tan solo hubiera alguien que te escuchara.
No suena mal. Segunda persona. Detective. Probable cadáver en proceso. Y hasta sentimental te pusiste. Aunque, claro, lo sugerí para ver si caías… y caíste redondito. ¿Sherlock Holmes? A veces creo que ni ganas tienes de fingir originalidad. Pero bueno, tú eres el escritor… supuestamente. Y lo del armario… ¿qué puedo decir? Claramente tienes un problema con eso. Bien harías en buscar ayuda.
Tercer intento: al archivo. No digo basura, pero sí, a la “reserva”.
Solo tienes una oportunidad más para probar que puedes deletrear más de cuatro sílabas seguidas. Estoy listo. Lanza lo mejor que tengas.
Garay, la noche es peligrosa. Pero peor es llegar al taller sin historia. A ver qué se te ocurre ahora.
¡Basta! Todo es un chiste contigo. ¡Haz lo que quieras! Yo no estoy para juegos.
Manda el primer texto tal como está y acabamos. Al fin que no tenía que ser una obra maestra: solo policiaco, y en segunda persona. Bueno… más o menos. Y si no tiene final, mejor. Podrás decir que el cuento es así, con un final abierto, al estilo moderno. Solo reza que al profesor le guste lo del clóset. Es lo más policiaco que va a encontrar aquí.
Y si me preguntas, te lo digo de una vez: el verdadero crimen aquí es verte seguir escribiendo. Mira que estoy a punto de borrarte y ponerme a escribir yo.
O no, ¿sabes qué? Me voy por un café. Tú aquí te quedas; te dejo encerrado en tu propio cuento, colgado del gancho y tosiendo polvo. A ver si algún lector despistado se compadece y te rescata. Aunque lo dudo. Nadie va a leerte.