(El sonido de los números marcados en el teléfono rompe el silencio. Uno, dos, tres timbrazos. Al cuarto, alguien contesta, y él comienza a hablar).
—Carlos, hola… Sí, soy yo. ¿Te sorprende que te llame? Bueno, no deberías. Después de todo, ya somos socios en esto, ¿no?
—…
—No, no estoy molesto. En realidad, todo salió exactamente como habíamos planeado. Sofía me llamó hace un rato… Sí, ya me lo dijo todo.
—…
—No, no me sorprende. Desde el principio supe que solo necesitaba un empujoncito. Y vaya que se lo diste.
—…
—¿Remordimientos? ¿En serio? Carlos, no me hagas reír. No me digas que ahora te estás echando para atrás, después de todo lo que hemos hablado.
—…
—Ah, ya veo. Empiezas a notar lo que te dije, ¿verdad? Lo intensa que puede ser. Ese drama constante, esa manera de complicar hasta lo más simple… Créeme, lo entiendo mejor que nadie.
—…
—Eso pasa cuando las cosas se ven desde lejos. Pero ahora que estás cerca… Bueno, ya sabes lo que dicen: el diablo está en los detalles.
—…
—Tranquilo, no tienes que explicarme nada. Entiendo que estas cosas parecen fáciles al principio y luego no tanto. La verdad es que Sofía… bueno, puede ser agotadora.
—…
—Oye, no lo estoy disfrutando… Bueno, no voy a mentirte… un poco sí. Pero dime algo: ¿ya pensaste cómo vas a salir de esto?
—…
—No me sorprende. Seguro que ya tienes una salida planeada. Es tu estilo.
—…
—Oh, no te preocupes por mí. Yo ya estoy fuera. Ahora es tu turno de lidiar con el asunto. Pero, Carlos, una última cosa: cuando te vayas, no te molestes en explicarle nada. No te va a creer, y te aseguro que eso la enfurecerá aún más.
—…
—De nada. Y suerte. Créeme, la vas a necesitar.
(Cuelga. Suspira profundamente, deja el teléfono sobre la mesa y se sirve una copa de tequila. Mira por la ventana, donde la ciudad parpadea en la distancia).