En las últimas semanas, varios medios en México han difundido casos de plagio en tesis académicas protagonizados por figuras de alto perfil en la política nacional. El caso de Yasmín Esquivel no es el primero, y todo indica que tampoco será el último. Más allá de lo anecdótico, estos incidentes revelan un problema más profundo: un sistema que, históricamente, ha tolerado e incluso facilitado malas prácticas en el ámbito académico.
Los ejemplos recientes parecen mostrar que la falta de formación metodológica, la ausencia de una cultura ética de investigación y la inexistencia de consecuencias claras están en el centro de este fenómeno.
El laberinto de la tesis
Para muchas personas, realizar una tesis no es solo un reto académico, sino una experiencia frustrante. En ocasiones, este proceso se convierte en un obstáculo casi mítico: complejo, poco claro y lleno de vacíos institucionales.
No es raro encontrar estudiantes paralizados ante la magnitud del trabajo que se espera de ellos, sin contar con una guía adecuada o herramientas para enfrentarlo. En este contexto, es comprensible que surjan atajos. Cuando no existen condiciones para aprender a investigar con rigor, y al mismo tiempo se presiona para obtener resultados rápidos, los incentivos favorecen prácticas cuestionables.
Este mismo patrón se repite más adelante, ya en la investigación profesional, donde algunos académicos reciclan resultados o presentan trabajos poco sólidos con tal de conservar estímulos o cumplir con cuotas institucionales.
Cuando la ciencia falta a la verdad
Los casos de mala conducta científica no se limitan a contextos locales. A nivel internacional, también abundan los ejemplos. El psicólogo social Diederik Stapel, de la Universidad de Tilburg, falsificó datos durante años, publicando en algunas de las revistas más reconocidas del mundo. La química Bengü Sezen, de la Universidad de Columbia, fabricó resultados experimentales que pasaron desapercibidos por años. Y en el terreno empresarial, la historia de Theranos y su fundadora, Elizabeth Holmes, mostró hasta dónde pueden llegar las mentiras científicas cuando hay millones de dólares en juego.
Estos fraudes no son simples errores aislados. Reflejan sistemas que valoran más el impacto mediático y la productividad superficial que la solidez y la veracidad del conocimiento.
La opacidad como problema estructural
La falta de transparencia en los procesos de investigación contribuye a que estas prácticas persistan. Un estudio de la Asociación Psicológica Americana encontró que el 62% de los autores contactados no quisieron, o no pudieron, compartir los datos y procedimientos en los que basaron sus conclusiones. Aun cuando este porcentaje representa una mejora frente a investigaciones previas (donde el 73% se negó a compartir), sigue siendo alarmante.
En otras disciplinas la situación no mejora. Según una encuesta realizada por la revista Nature, los investigadores no lograron reproducir los resultados del 70% de los estudios de otros colegas, y más de la mitad fue incapaz de replicar incluso sus propios hallazgos.
Estos datos sugieren que la ciencia, tal como se ejerce en muchos espacios, enfrenta un déficit de transparencia metodológica que amenaza su credibilidad.
Investigación reproducible: una vía posible
Una investigación es reproducible cuando se documenta con suficiente claridad y detalle como para que otros puedan comprender el camino seguido, verificar los resultados y, si lo desean, replicar el proceso. Esto incluye la descripción minuciosa de métodos, el acceso a los datos utilizados y, cada vez con mayor frecuencia, la publicación del código que permitió llegar a las conclusiones.
Este tipo de práctica no solo fortalece la validez de los hallazgos, sino que facilita que otros investigadores construyan sobre ellos. Se trata de una condición fundamental para que el conocimiento avance de forma acumulativa, ética y verificable.
En un contexto donde la ciencia y el análisis de datos tienen un impacto creciente en la vida pública, garantizar la posibilidad de replicar estudios debería considerarse un estándar mínimo de calidad.
Programación documentada: herramientas para la transparencia
Sistemas como Org-mode, RMarkdown o Jupyter Notebooks han ganado popularidad precisamente porque permiten integrar texto, código y resultados en un mismo documento. Aunque no evitan por sí solos que se cometan fraudes o plagios, sí facilitan la documentación precisa del proceso analítico y promueven una mayor transparencia.
Al automatizar operaciones, estos entornos reducen el margen de error humano y favorecen la reproducibilidad de los análisis. Son herramientas valiosas para formalizar procedimientos, ordenar ideas y hacer visible lo que, en otros contextos, suele quedar oculto o fragmentado.
En un entorno académico y científico cada vez más orientado hacia el uso de métodos computacionales, estos recursos representan un avance modesto pero significativo.
Hacia una cultura de investigación más ética
Cambiar las prácticas en torno a la investigación requiere más que herramientas tecnológicas. Es necesario transformar la cultura académica: formar investigadoras e investigadores capaces de pensar con rigor, documentar con honestidad y asumir que el conocimiento debe construirse de manera colectiva y verificable.
Algunos pasos posibles incluyen:
- Fomentar la enseñanza de metodologías abiertas y reproducibles desde los primeros niveles educativos.
- Promover políticas institucionales que incentiven la publicación de datos, código y métodos.
- Fortalecer los mecanismos de evaluación por pares, no solo para detectar errores, sino para valorar la transparencia.
- Generar conciencia sobre los riesgos de una ciencia que prioriza la cantidad de publicaciones por encima de la calidad de las preguntas.
La reproducibilidad no es un lujo académico: es un requisito para que la ciencia mantenga su legitimidad y su función social. Y en tiempos de incertidumbre, desinformación y grandes decisiones basadas en evidencia, esa legitimidad importa más que nunca.