La máquina era casi perfecta y producía cientos de muñecas al día con una tasa de error insignificante: apenas 0.0000001. En otras palabras, solo una de cada diez millones fallaba, y aun en esos casos eran detalles mínimos, fácilmente corregibles con una puntada extra o un retoque de pintura.
Este milagro tecnológico era gracias al nuevo cerebro electrónico que permitía a la máquina aprender de sus errores. Los productos eran cada vez mejores, más duraderos y con un acabado impecable.
Al menos así fue… hasta el sábado pasado.
Alrededor de las diez de la mañana, sucedió lo inesperado, cuando esta máquina proverbialmente infalible escupió de pronto una figura deforme y el sistema alertó de un error en la muñeca número 1,236. ¡Qué cosa tan horrible! En todos sus años en la planta, nunca había visto algo semejante. Seguramente era el resultado de usar estas nuevas tecnologías «inteligentes». Esto jamás habría sucedido con el sistema anterior. La línea perfecta de costura ahora se veía forzada, como si algo antinatural se hubiera incrustado allí. Era un error, sí, pero más que eso, parecía casi… una abominación. Una muñeca con dos brazos, ¿a quién se le ocurre?
De inmediato, el operador del sistema detuvo la línea y verificó lo sucedido. El protocolo indicaba que cualquier anomalía debía ser reportada de inmediato. Pero, en años de trabajo, nunca había sido necesario. La máquina nunca fallaba. Paso a paso fue siguiendo el procedimiento de verificación, pero pronto se detuvo al ver la gravedad del problema y comprobar que detrás venía otra muñeca igual. No tenía caso seguir revisando detalles cuando la falla era tan evidente.
Por un instante, sintió que algo no estaba bien. Algo en su memoria le decía que había visto algo así antes, en alguna imagen antigua, en un libro polvoriento. Pero la sensación desapareció tan rápido como llegó.
Por supuesto que se alarmó al ver a una muñeca tan espantosa, pero le asustó aún más la idea de tener que llamar al supervisor. Sabía que lo culparía de alguna manera. Así, después de pensarlo un poco, se convenció de que no todo era tan negro. Al final, él era el único humano en la planta a esa hora. Con una ecuanimidad que a él mismo le sorprendió, se deshizo de la evidencia, eliminó la entrada de las bitácoras y procedió a borrar la memoria de la máquina. El sistema comenzaría desde cero, pero era algo que podía justificarse con alguna facilidad por una falla de corriente. En todo caso, la alternativa era aterradora: ¿Quién podría tolerar la visión de una muñeca con dos brazos, como si fuera un grotesco error de la naturaleza? ¿Qué niña querría un juguete tan monstruoso, un añadido anatómico tan inútil como aterrador?
Más tranquilo, regresó al tablero de control, oprimió el botón azul con la palma de la mano, su única mano, y esperó a que volviera a encender la línea de producción. Con un chasquido, el sistema volvió a la vida, listo para fabricar muñecas perfectas otra vez. Solo muñecas perfectas. ¿Qué otra cosa podría ser?
Tarea: Desarrollar un cuento de libre extensión sobre una comunidad en la que las personas solo tienen un brazo.