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La mañana era fría. Tal vez un poco más que en los días anteriores. Juan había salido con prisa y no echó de menos su chamarra. En todo caso, era mejor apurarse que regresar y arriesgarse a llegar de nuevo tarde a la obra. El frío no era para tanto y con el trajín del día entraría en calor. No le daría al arquitecto un pretexto para despedirlo. Ahora menos que nunca.
En el hospital, María ya no sufría. Aquella desesperación por llevar un poco de aire a sus pulmones se había desvanecido con la anestesia y el respirador mecánico. “Unos días más”, había dicho el doctor. En unos días todo se habría decidido, para un lado o para el otro.
Juan no durmió pensando en la manera de encontrar el dinero para las medicinas. El hospital era público, pero no podía esperar las semanas que tardarían en surtir los medicamentos. De nada sirvieron las quejas, los ruegos y los “¿no entienden que se va a morir?”. La fila era larga, infinita, y muchos estaban tan enfermos como ella.
A veces, en la madrugada, pensaba en dejarlo todo. Solo un segundo, una rendija de cobardía. ¿Y si simplemente no regresaba? Pero enseguida se odiaba por pensarlo. Ella había estado ahí por él tantas veces. No podía fallarle ahora. Pediría dinero a todos; al vecino, al tendero, a los parientes, a quien hiciera falta, pero solo después de hablar primero con el Arquitecto. Lo peor que le podía suceder ahora era perder el trabajo y ya había tomado varios días para estar junto a ella.
La mañana era fría, como son las mañanas en esta época del año, pero Juan solo lo resintió al salir del metro y recibir el helado golpe del viento en el cuerpo. Trató de abrazarse a sí mismo. Apuró el paso y se cubrió el rostro. Cruzó la calle sin mirar, con la cabeza gacha, pensando en lo que diría si lo despedían.
Un claxon. Un grito. Un termo de café rodó hasta la banqueta y se detuvo junto a un poste. Más adelante, una mujer se llevó las manos a la boca, paralizada. En el pavimento, una mochila abierta dejaba asomar una receta arrugada. El viento se la llevó.
María siguió soñando unos días más. El martes, el doctor desconectó el aparato para usarlo en otro paciente al que pudiera salvar.