—Toño, acuérdate de que hoy viene mi mamá a desayunar. No sé para qué le dije que viniera, con todo lo que hay que hacer hoy. Tengo que llevar a Ana a la fiesta de Gala, quedó en llevar la ensalada y no tengo nada para prepararla. Además, aún falta el disfraz. Qué ocurrencias juntar todo para hoy. Bueno, ya me voy. Te encargo que prepares algo, aunque sea unos huevos a la mexicana, que le gustan a ella. Vaya, algo sencillo que tú puedas hacer. Regreso al rato. ¡Pero muévete, que ya es tarde!
Así comenzó mi mañana en casa, llena de emociones. ¿Conque algo sencillo que yo pueda hacer? No sé si ofenderme o mejor reírme. Cualquiera puede hacer unos huevitos, pero modestia aparte, a mí me salen muy bien. Hasta Ana dice que aprende cocina conmigo cuando vemos juntos los programas gourmet en la tele. Me encanta el de los tacos… Aunque, la verdad, eso de que los tacos al pastor sean los mejores no se vale. ¿Y las carnitas? ¿La barbacoa? ¿Los mixiotes? ¿Qué tal los tacos de suadero? Caray, ya me dio hambre.
Pero bueno, a aplicarse, que hay que hacer esos huevitos sabrosos. Mejor sería si fueran benedictinos, como esos que hizo la chef colombiana en el programa la semana pasada. Eso sí se merece mi suegra, no unos huevos con tomates y cebollas.
Pero ya es tiempo de apurarse. Me queda menos de una hora. No hay tiempo para los huevitos benedictinos, pues seguro que algo me falta y no voy a ir al súper ahorita. Ni modo. Creo que no serán hoy. Y la patrona tiene razón: a mi suegra le gustan los huevos a la mexicana. Perfecto, saldrán rápido. Cualquiera sabe hacerlos.
A ver, aquí está el sartén. Este me gusta, pero… ¡caray, ya está todo raspado! Apenas lo compré hace dos meses y mira cómo me lo tienen. De verdad que en esta casa no cuidan nada. ¿O habré sido yo con esa fibra nueva para lavar? Pues quién sabe. Mejor no digo nada, no sea que la bronca me toque a mí. Tendrá que ser este; es el único sartén más o menos decente que nos queda. Ni modo.
Ahora, la “mise en place”. ¿Era así como le dicen cuando juntan todo antes de cocinar? Unos huevos… aquí están. Una cebolla… aquí está. Tomates, cebollas, chiles y huevos. Fácil, ¿no?
Pero… ¿cuánto de cada cosa? ¿Y los chiles? Aquí están. ¿Y si le pongo unos chiles de árbol, en lugar de verdes? Mejor no, le van a picar mucho y quién sabe qué me dirá. ¿Qué tal unos poblanos? Así tendrá más verde, blanco y rojo. ¿Será por eso que le llaman “a la mexicana”? ¿Por los colores? ¿O porque lleva chiles, que son picantes y sabrosos? Eso sí es muy mexicano.
No, no va bien. Creo que mejor busco el libro. Y eso no es hacer trampa, es solo ampliar miras. Comparar recetas es una práctica madura y honesta entre hermanos cocineros. Caramba, hoy amanecí brillante.
Pero ya no pierdas el tiempo, Toño, que no acabarás.
Tomates… tomates. Por acá. Ah, no, están en el refri. Uy, no hay tomates. Esto no me lo esperaba. ¿Y ahora qué? Tal vez la recaudería de la esquina me los mande. (“Recaudería”… ¡qué palabrita! ¿Pues qué recauda?). Sí, los voy a pedir a la esquina, así no pierdo tiempo.
—Hola, Don Juan, sí, aquí del 201, a media cuadra. Oiga, ¿tendrá unos tomates bonitos? Sí, bien maduros, pero no tanto. Estoy haciendo el desayuno. No es por presumir, pero me estoy luciendo con unos huevitos como para chuparse los dedos.
—¿Cómo que con salsa verde? No, no, verdes no: tomates de los rojos. Sí, jitomates, eso.
—¿Podrá mandarme a su hijo con un kilo, para no tener que ir y que se me quemen los frijoles? Sí, sí, muchas gracias. Anótemelo, porfa.
Tomates. Jitomates. ¿Qué, no es lo mismo? Puras babosadas. Nunca he oído al chef francés del canal 11 decir “jitomates”. A ver, Google… Ah, mira, viene del náhuatl. Eso también es muy mexicano.
Este chamaco que no llega. Como sea, hay que seguir: mi suegra ya vendrá en camino.
¿En qué estaba? Ah, sí, el libro, ¿dónde habrán dejado el dichoso libro de recetas? Aquí. Exacto, lo que decía: huevos, chiles serranos y lo demás. Aceite caliente, freír la cebolla. El tomate bien picadito, luego los chiles y el huevo. Algo de sal. ¿Y si le pongo unos ajos?
No sé ni para qué pierdo el tiempo con el dichoso libro, si cualquiera sabe hacer huevos a la mexicana. ¿Pero qué tal si mejor los hago motuleños? ¿Aporreados? ¿O una omelette francesa, digna de mi suegrita?
Ya será para la próxima. Hoy saldrán a la mexicana, sabrosos y bien hechos. Desde ahora, mi suegra nunca me verá igual. Ya me imagino su cara: “Toño, ¡qué huevos tan sabrosos!”. Claro, no sabrá que fueron por encargo. Porque un artista nunca debería trabajar por encargo: el arte no se vende.
Es como el otro día, esa discusión rara con mis hijas. Que si el arte pierde su valor cuando el artista es mala persona. ¿Ahora resulta que una obra es menos arte si su creador nos cae mal? De verdad que este mundo de hoy es muy complicado. Y con esto de lo “políticamente correcto”, tampoco puede decir uno nada. Ahora resulta que soy sexista, racista y quién sabe qué más por hablar como hablo. Sí, ya sé, debo corregir mi lenguaje. Pero bueno, así nos enseñaron.
¡El timbre! Caramba, ya era hora. No acabaré nunca. Ese chamaco sí que se tardó.
—¡Ya voy, Juanito! ¡Voy, voy, deja de tocar! ¡Que ya voy!
…
—¡Ah, caray! ¡Hola, suegrita! ¿Sabía su hija que iba a venir? Pero pásele, que estoy preparándole unos huevitos a la mexicana de rechupete. Le van a encantar.
—¿Huevos a la mexicana? Ay, Toño, ¿pues qué no sabes que ya no como huevo?
—Ah… ¿no come huevo? Esto no estaba en el plan. Claro, cómo iba a saberlo… si nunca me avisan nada.
Toño se quedó en silencio, viendo los huevos chisporrotear en el sartén. Sonrió, resignado, y bajó el fuego.
Mañana intentaría los benedictinos. Solo para él.