Cada mañana, el escritor se sienta frente a la hoja a vertir su pensamiento. Al principio no fue fácil y la hoja permanecía vacía durante horas. Luego la cosa fluyó mejor. Ya frente al mapa en el papel, comienza a cambiarlo, tachándolo, borrándolo, añadiéndole, quitándole. Aquí está el océano, necesita un dique, aquí la tierra de los dragones, que aún queda ignota y hay que poblar, aquí el camino más corto y más seguro a la felicidad. Puede tocar cada una de sus ideas, pulirla hasta sacarle brillo, añadir lo que falta y quitar lo que sobra. Ya terminado, lo graba en su mente y sale a comer como una nueva persona. Mientras tanto, del otro lado del mundo, un lector ve en la página de un libro un destello que le llama la atención. Desdobla el mapa, lo lee y su imaginación comienza a andar por un nuevo camino.


Comentario

Este texto se sometió a consideración para publicarse en el número 29 de la revista La llama azul de la Academia Literaria de la Ciudad de México, A.C. Busca responder, en 150 palabras, a la pregunta ¿Escribir contribuye a la evolución del pensamiento?