Rosa, mi amor,
Esta es probablemente la última vez que te escribo. No he recibido respuesta a ninguna de las cartas que te he enviado desde que estoy aquí, así que no tengo mucha esperanza de que contestes ésta. Ya son años, y aún me cuesta trabajo resignarme a no saber más de ti ni de mis pequeñitos. ¿Pero qué clase de mujer eres que puedes torturarme así y no sentir nada? He pasado días y noches terribles en este hoyo oscuro, he tenido hambre, he soportado abusos de presos y de guardias, pero nada se compara con la angustia que me provoca tu silencio. Esto no es real, no puede serlo. Es un mal sueño que en algún momento acabará y entonces despertaré junto a ti y junto a los niños. Iremos al parque a volar papalotes y a jugar con el perro, como tantas veces antes. Estar encerrado es tolerable con un poco de imaginación, pero quitarme la esperanza de volverlos a ver es dejarme hundido en esta espantosa realidad.
Ayer mismo acuchillaron al de la celda de junto; por no hacer caso, dijeron. Los guardias desaparecieron unos minutos, pues ya sabían lo que iba a pasar. Cuando volvieron, el pobre estaba tirado. Tardaron en llevarlo a la enfermería y nadie dijo nada. Nadie dio un solo grito para avisar. Luego me enteré que varios estaban al tanto de lo que iba a suceder. Aquí es así, todo se sabe entre tanta gente apretada y obligada a vivir sin ninguna privacidad, si a esto puede llamarse vida. Tenemos miedo. Tengo miedo. No te contaré de las cosas de aquí, pues son demasiado terribles.
Pero contesta por favor, no me hagas esto. Ya no aguanto. Una sola carta, una sola palabra. De verdad, no entiendo cómo puedes hacerme esto. ¿Cómo puedes dejarme así, y más ahora? A mí, que tanto amor les he dado. O dime ¿qué te ha faltado? No lo entiendo y me duele.
Sí, tal vez la última vez no me porté tan bien. Pero fue el alcohol, no fui yo. Y ya lo sabes, ni que hubiera sido la primera vez. Lo merecías, lo sabes bien. Uno no puede tolerar llegar a su casa para ver las cosas sucias y que además le echen en cara salir a tomar una copa con los amigos. Un hombre no puede aceptar eso. Sí, tal vez esta vez se me pasó la mano y no debí usar el martillo. Pero esos chamacos chillones me sacan de mis casillas, lo sabes, y ya ves que calladitos se quedaron. Uno tiene que poner orden en su casa y así fue. Se veían como pajaritos dormidos cuando los policías llegaron por mí y me sacaron a la fuerza. Y tú también, ahora sí acurrucadita en tu esquina, sin decir ni pío. Así tiene que ser.
Ahora tengo que estar aquí. Al final serán muchos años, que por homicidio. No entiendo, pero espero salir antes y verlos pronto. Contesta por favor, ya no aguanto este silencio. Me gustaría que me trajeras mi comida, unas naranjas al menos, como a otros que están aquí les traen sus mujeres. Manda una sola carta para saber que me quieres. Me siento solo.