No hay tema que cause mayor división en la sociedad que el del uniforme. Nada tiene mayor trascendencia o profundidad. Uno diría que, junto con la religión y la política, este es un asunto de los que es mejor no hablar en la mesa. Basta dejar caer la palabrita en cualquier reunión para dar inicio a las hostilidades. Súbitamente, las opiniones se dividen y los ánimos se caldean.
En las sociedades de antaño, el uniforme era símbolo de gallardía y disciplina para unos. Un buen partido para las muchachas casaderas. Para los otros, la marca de la cerrazón.
Enfrentados, los de un bando sostienen que el uniforme destruye la individualidad. Los del bando contrario aseguran que hace a un lado las diferencias. Para los primeros, la individualidad es la única manera de mejorar. El deseo de ser distinto o mejor que los otros es el que nos motiva a avanzar y genera competencia. Que la diferencia premia el talento, mientras que la igualdad lo subyuga, lo relega a la medianía. Solo progresamos gracias al esfuerzo individual, y no solo en lo económico y social, también en la tecnología y la cultura. ¿Qué sería del arte, de lo bello, de la moda, si siempre todo fuera igual?
Luego reviran los segundos, el único modo de crecer es hacerlo juntos, con orden, como equipo. El fútbol es siempre un ejemplo que viene a mano. La nivelación nos protege del abuso y nos da la oportunidad de ser verdaderamente libres y creativos. El suelo tiene que ser parejo y una misma vara para todos. El uniforme termina con lo accidental y deja lo sustancial. Nos hermana. Por el contrario, la diferencia perpetúa la opresión y nos aliena, nos dicen.
Y es aquí donde el asunto se complica todavía más, cuando nos damos cuenta de que también a partir de la igualdad hay diferencia; solo siendo iguales podemos distinguirnos de los otros. El uniforme hace distintos al bombero y a la enfermera, al policía y al paisano, al soldado y al pueblo, al América y a las Chivas. ¿Pero qué no eramos iguales?
Iguales, pero diferentes. Distintos, pero parejos. Uniformados y civiles. ¡Qué complicado, caray! Al final, nos enfrentamos a la guerra fría una vez más.