Probablemente esto es lo último que escribiré. El celular no tiene señal, pero lo he estado usando para ver la hora y tomar algunas notas. Se acaba finalmente la batería.

Todo ha sido tan súbito y tan extraño. No entiendo qué hago aquí, qué es lo que pasó. Y ahora no me siento bien. Desde que desperté en este mundo extraño no he podido comer nada más que algunas bayas. Parecían moras, pero de un color rojo muy brillante y un sabor algo amargo que en su momento no me pareció tan malo. Creo que no debí hacerlo. El dolor en la boca del estómago es cada vez más fuerte. Siento todo el abdomen inflamado y una sensación de hormigueo me recorre el cuerpo. Sí, creo que no debí hacerlo, pero eran ya días sin comer. Y no, no es cosa de dinero, con lo que cargo en la cartera podría disfrutar de un buen banquete, si encontrara en dónde.

No hay nada más que espacio abierto. Ni siquiera he podido encontrar un sendero hacia algún lugar civilizado, mucho menos un camino pavimentado, una casa, un techo, un baño y no digamos un merendero. Nada de nada. De plano tuve que tomar agua de un riachuelo, que a pesar de todo se veía limpio. ¡Lo que puede uno llegar a hacer para sobrevivir! A tal grado sentí el hambre, que intenté atrapar a un conejo que se cruzó en el camino. Estaba dispuesto a matarlo, aunque fuera con las manos. Y se acercó bastante, pero por supuesto que no lo logré. No sé si el bicho estaba asustado o si se burlaba de lo que según yo era una lanza mal hecha que improvisé con una rama, pero brincó y brincó a mi alrededor durante un buen rato. Traté de agazaparme y esperar escondido a que pasara para caer sobre él, pero nunca regresó ni pasó otro. Así que ni conejo ni nada. Ni siquiera una lagartija.

Es surreal. Es como si estuviera en la Ciudad de México, pero sin ciudad. Vaya, ahí se ve el Ajusco, acá el Peñón y más allá están los volcanes que he visto toda la vida. O eso creo, ya no sé. ¿Son los volcanes que conozco de siempre? Ahora parecen distintos, más grandes, más cercanos, más nevados, más verdes. Y agua, mucha agua por todos lados. Un lago enorme que se extiende hasta donde alcanzo a ver y en las orillas pastan manadas de animales de todo tipo. Hay caballos, culebras y otros grandes y pequeños que no conozco. Incluso me pareció ver a lo lejos las figuras de unos elefantes lanudos. Debe ser la fiebre.

No hay ni una persona a la vista. Nadie. Nada. Ni una señal, ni una huella. Estoy cansado. He tratado de seguir pero ya no puedo. Me sentaré un rato bajo ese árbol. No me siento bien, como que veo borroso. Dormiré un rato.