“Se compran, colchones, tambores, refrigeradores, estufas, lavadoras, microondas o algo de fierro viejo que vendan.”
La grabación vuelve a dar la vuelta para escucharla de nuevo desde el principio. Ahí viene de nuevo, no se cansa como tú, viejito. Otra vez la voz con la que Marimar le grabó el mensaje a su papá. Era una niña linda esa Marimar. Si hubieran sabido que todos iban a copiarla, y gratis, quizá Marco no se la habría prestado a su compadre. ¡La grabación, menso, no a la niña! ¿Cómo crees que le iba a prestar la niña al compadre? Bueno, sí ¿verdad? Quién sabe. Peores cosas hemos visto, aunque no gratis.
Ahí está de nuevo. Estufas. Lavadoras. Entre tanto cachivache todo el día, ya ni la oyes. Vuelta y vuelta. Colchones. Refrigeradores. Bueno, al menos con la grabación nos echaron una mano para trabajar. ¿Te acuerdas cuando había que decirlo todo el día a grito pelado? Ese Marco Antonio es un tipazo. ¿Pero no recibir ni un pesito? ¡Caray!
Seguro que ni recuerdas como la obtuviste. Pues sí, claro que no te acuerdas; en días como estos no se puede ni pensar. ¡Qué calor! Así es más difícil imaginar por qué te dedicas a esto ¿verdad? Lo sé, lo sé. Pero hay que apurarnos, que ya va a llover y se va a mojar todo. Peor, ya nadie va a querer salir a vender.
Microondas. Tambores. Sí, tambores. Aquí hay algo de lo que tal vez solo los compradores de viejo como tú se acuerdan. Han de creer que son tambores musicales.
Sí, al viejo le tocó más complicado ¿Te acuerdas cuando después de todo el día de caminar llegaba con la jefa y remendaban unos pantalones llenos de hoyos para volverlos a vender? ¿Cuando se ponían a arreglar lámparas a media noche y luego había que cargarlas en el carrito y empujar desde antes de que amaneciera? Pobre señor Tlacuache. Y quién iba a pensar que terminarías haciendo lo mismo. Y ni te quejes, síguele que hay que trabajar.
¡Botellas que vendan! ¡Periódicos viejos!
No es un trabajo fácil en esta ciudad; aunque tampoco es tan difícil ¿no? Al menos no tuviste que estudiar y, de todos modos, había que ayudar al viejo. Al menos ahora está la camioneta, pero entonces había que empujar. Cargar y empujar. Y negociar. Que si veinte el kilo. No, mejor veinticinco, y lo que no se compra por peso ahora ya nomás te lo regalan. Con que te lo lleves gratis. Todo es desechable, nada se usa dos veces. No como era antes, que uno se compraba una buena ropita y la cuidaba. Las cosas duraban, no como ahora, que todo se rompe a la primera.
¡Sombreros estropeados! ¡Pantalones remendados!
Sí, tengo muy presente lo que dijiste el otro día: que las cosas tienen vida, que traen recuerdos. De eso ya no se acuerda la gente. Ni se fijan. ¿No te parece que cuando ves el carrito del jefe a veces parece que está ahí parado junto? Estropeado como lo tienes, de pronto es como si estuviera ahí, arreglando sus tiliches, revisando las llantas o frotándose los pies con alcohol.
Y hablando de que se rompe a la primera, ya ponte a pensar qué hacer con el chamaco de ayer. Cuando menos hay que darle de comer hoy para que aguante, si no, nadie lo va a querer.
¡Chamacos malcriados!
¡Miedosos que vendan!
¡Y niños que acostumbren
Dar chillidos o gritar!
¡Cambio, vendo y compro por igual!
Ahora que llegues a casa te pones a ver quién compra a este malcriado mientras preparo la cena. Solo espero que no les importe que ya vaya a estar usado.
¡Pero no te quedes parado, síguele! Todavía alcanzas a comprar algo más hoy. A darle, hermano.