Ser o no ser, esa es la cuestión.
¿Cuál es más digna acción del ánimo,
sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta,
o tomar las armas contra este torrente de calamidades,
y darles fin con atrevida resistencia?
William Shakespeare, Hamlet
No sé si hay un dios, si son varios o ninguno. Si habita en los bosques, en el cielo o en todos lados. Si hubiese alguno, no sabría decir si está atento a cada cosa que hacemos, a cada detalle insignificante de nuestra existencia de mortales, o si se mantiene expectante y solo supervisa desde arriba, dejándonos hacer. No lo sé. Por eso se dice que creer es un “acto de fe”. La fe es ciega, pues si tuviéramos las certezas que necesitamos no sería fe, sino otra cosa.
Me niego a culpar a la fe, cualquiera que esta sea, de las desgracias de los hombres o acusar a quien la tiene de ignorante. Y no puedo rendirme a la soberbia de pensar que lo que yo crea es mejor. No pretendo ser el dueño de esa verdad, porque simplemente no hay manera de saberlo ni pienso que lo que yo crea debe ser la verdad para todos. Más bien al contrario, creo que para muchos, la fe es motivo de calma, y para todos, mirar al futuro incierto pensando que estamos aquí para algo, lo que sea, es lo que da verdadero sentido a nuestras vidas. En algunas cosas no hay certezas ni verdades absolutas. Pero este no es el tema. Más importante en este momento es el caso que dio pie a este escrito, y es el de la familia que se niega a dejar su casa a pesar de que está a punto de ser arrasada por un derrumbe. Sobre el problema concreto y sobre el papel que los toca jugar a los rescatistas, me parece que hace falta información. Desconozco las facultades del personal de auxilio y si estos están obligados por ley a rescatarlos a su pesar. Si es así, tendrían que cumplir con su obligación. También desconozco las causas centrales de negarse a huir: si hay dudas razonables sobre la inminencia del derrumbe anticipado, como a veces ha pasado; o si la familia ha decidido quedarse a proteger sus bienes de la rapiña que se da en estos casos, a veces por parte de la misma autoridad que los previene de la tragedia.
De este modo, y en abstracto, la situación que se plantea es difícil, para la familia y para los rescatadores. Sin embargo, para nosotros quizá la verdadera pregunta no es si estamos de acuerdo con lo que piensan esas personas y poner en juicio sus razones (y mucho menos discutir si nuestras creencias son superiores a las suyas), sino más bien si nos toca intervenir de acuerdo con lo que nosotros creemos que es mejor para ellos, incluso si es a pesar de ellos. Debo reconocer que esta es otra cosa de la que no estoy tan seguro. Tal vez no. O quizá sí, hasta cierto punto.
Seguramente tendremos alguna obligación moral de tratar de convencerlos de cuidar su vida. Si al final deciden no salir, podemos también ayudarlos a proteger la casa o desviar la piedra. Por supuesto, habrá que hacer lo posible por rescatar a los menores o a quienes puedan estar ahí a la fuerza, si es el caso. Más allá de esto, como dicen por ahí, ni cómo ayudarlos.
¿Sacar a personas testarudas contra su voluntad? Yo personalmente no lo haría. A veces, esto es demasiado. Es verdad que pueden ser decisiones de vida o muerte, pero no es nuestra vida ni nuestra muerte. No sabría decir cuál es la verdadera razón de hacer algo así: ¿pensaremos que toda vida es sagrada y hay que salvarla a pesar de todo? ¿que nos haremos acreedores a su eterna gratitud por habernos opuesto violentamente a su voluntad y les ofrecimos graciosamente una segunda oportunidad? ¿o por tratarlos como si padecieran de una locura temporal, esperando que recapacitarían después? ¿que son tan estúpidos que no merece la pena ni escucharlos antes de imponerles lo que nosotros sabemos que es mejor para ellos? No sé, pero, al final, esa es de algún modo su decisión. De cierta manera, hay soberbia en pensar que yo sé mejor que ellos lo que deben hacer. Quizá haría mi mejor esfuerzo por convencerlos y por facilitar su escape, pero no llegaría a violentarlos para salvarse de sí mismos. En último caso, habrá quien, como el príncipe Hamlet, pensará que en este mundo no hay mucho a lo que valga la pena afianzarse como para enfrentar al destino por ello. Y esto también se vale.
Tarea:
Elaborar un ensayo sobre la siguiente situación:
Demetrio, jefe de la Unidad de Protección Civil de la zona en Naucalpan, acude con el equipo que comanda de cuatro rescatistas (dos hombres y dos mujeres), a una vivienda pobre para evacuarla (es mejor decir: “tratar de evacuarla”) que se ubica justo abajo del cerro amenazando en derrumbarse y sepultar la casa matando a todos los ocupantes: un matrimonio relativamente joven y sus dos hijos, uno de ocho años y otro de seis, y dos perros, un gato y tres periquillos.
No nos moveremos de nuestra casa. —señala el padre de familia quien, junto con su esposa es adorador ferviente de los Testigos de Jehová— Si Dios quiere llevarnos a su seno, lo hará —concluye enfáticamente el señor.
Demetrio sabe de la fuerza de la ideología religiosa de esa secta y dispone de muy pocos minutos para resolver el problema (¿cuál problema? El de la negativa de abandonar la vivienda por parte de sus ocupantes ante la inminente amenaza de muerte).